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18 de junio de 2024

Científicos cuestionan mitos y revelan secretos ocultos de los sacrificios mayas

Los rituales funerarios de los pueblos mesoamericanos aún siguen siendo una incógnita. A contramano de lo que se creía, hallaron que la mayoría de las ofrendas a los dioses correspondía a niños varones y que, además, pertenecían a las mismas familias.

Los pueblos precolombinos continúan siendo un misterio para la ciencia. Desde aquí, el estudio de sus costumbres, rituales y, sobre todo, de los sacrificios pueden ser útiles para resolver los enigmas que caracterizaban a sus sociedades y a la fecha nadie pudo develar. De manera reciente, un equipo internacional de investigadores publicó un artículo en la prestigiosa revista Nature que brinda algunas pistas interesantes sobre los mayas y, al mismo tiempo, derriba mitos comunes en torno a una civilización que se ubicó en las actuales regiones de México y Guatemala, y se extendió a Belice, Honduras y El Salvador. Con una población que superó a los seis millones de personas y abarcó 300 mil kilómetros cuadrados, se destacaron por sus numerosos templos y sus controvertidos juegos de pelota, así como también por su escritura y sus avances notables en matemáticas, astronomía, arquitectura y arte.

El trabajo, liderado por miembros del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (Alemania), analizó los restos humanos depositados durante más de ocho siglos en una cisterna de agua subterránea –denominada ‘Chultún’– en Chichen Itzá, Península de Yucatán. Se edificaban bajo tierra porque sostenían que de esta manera existía una conexión más directa con el inframundo. Dicha infraestructura, a su vez, se encuentra a pocos metros del Cenote Sagrado: un sumidero en el que también se localizaron cientos de restos vinculados a sacrificios.

La cisterna había sido encontrada por primera vez en 1967 por arqueólogos cuya hipótesis era que la mayoría de restos óseos correspondía a mujeres. Se confiaba, de hecho, que se prefería a ellas como ofrenda antes que a los hombres. Sin embargo, a partir de la nueva evidencia científica y el análisis de ADN, se pudo saber que, a contramano de lo que se creía, la mayoría de las víctimas de sacrificios eran varones. De un total de 64 conjuntos de restos, buena parte eran masculinos y muy pequeños. En concreto, se trataba de primos y hermanos que tenían entre tres y seis años de edad.

 

Este lazo que los unía también fue una sorpresa para el equipo de arqueólogos que realizó la investigación. En efecto, el hecho de que fueran familiares directos podría ser interpretado para las familias como un privilegio y un símbolo de estatus social.

El Popol Vuh como guía

A partir de las evaluaciones genéticas, se supo que al menos un cuarto eran hermanos o primos. Lo que aún significa más, también yacían restos de dos parejas de gemelos idénticos. Como esta condición solo se produce en un porcentaje muy pequeño (aproximadamente en un 0.4 por ciento de los nacimientos), los científicos evalúan si el hecho de que hayan sido ofrecidos en conjunto corresponde a un mero azar.

 

El nudo es que según el Popol Vuh, la narración sagrada del pueblo maya, los gemelos Hun-Hunahpú y Vucub-Hanahpú llegaron a la Tierra desde el inframundo para jugar al juego de pelota y luego fueron sacrificados. Según cuenta la historia, la cabeza de uno de ellos fecundó una doncella con ‘Gemelos Héroes’, quienes vengaron la muerte de su padre y se convirtieron en los encargados de garantizar las cosechas de maíz. En este marco, los científicos que lideraron el artículo de Nature deslizan la hipótesis de que los restos encontrados puedan haber representado un homenaje a esta pieza narrativa de la mitología maya.

Asimismo, a partir de la utilización de radiocarbono, también se pudo saber que el sitio de enterramiento funcionó entre el año 500 y el 1300, con un esplendor en siglo IX, cuando Chichen Itzá era la ciudad más importante del imperio. De acuerdo al trabajo, los huesos no tenían lesiones llamativas, por lo que no se logró advertir los métodos de sacrificio utilizados en los rituales. Así, se pudo comprobar que no se trató ni de extracciones de corazón, ni de decapitaciones.

 

Como dato complementario, se realizaron pruebas de sangre en personas que en el presente habitan la misma zona de Chichen Itzá. Se advirtió, de esta forma, una continuidad genética entre los pobladores actuales y los niños enterrados. Desde aquí, se logró constatar que los sacrificios antiguos correspondían a miembros de la comunidad del lugar y no se trataba de individuos que provenían de otras regiones imperiales. Además, las dietas con las que se alimentaban eran similares, por lo que se pudo inferir que las personas habitaron sitios cercanos entre sí.

Agradar a los dioses

Las ceremonias de celebración de la muerte eran comunes entre la civilización ya que funcionaban como ofrenda a los dioses. Se creía que, a través de estos regalos, las deidades luego recompensaban a los pueblos con buenas cosechas, victorias en los combates con los enemigos, o bien, lapsos favorables de fertilidad. De hecho, ser sacrificados era un honor: por eso es que, a menudo, los ganadores del juego de pelota –una combinación entre vóley y básquet–, a menudo, corrían esa suerte. 

 

No solo las religiones occidentales se construyeron en base a la relación de los humanos con la muerte. Según el imaginario egipcio, la vida y la muerte estaban tan unidas y combinadas que, incluso las actividades funerarias de los vivos estaban dirigidas, de alguna manera, al mundo del más allá. En efecto, mediante ofrendas, los deudos procuraban garantizar la supervivencia de sus difuntos.

Los hallazgos difundidos en esta ocasión, como es habitual, deberán complementarse con nuevos estudios. Una vez más, la ciencia vinculada a los rituales funerarios puede ser una puerta de acceso para empezar a comprender dinámicas fundamentales sobre la vida de civilizaciones legendarias sobre las cuales todavía hay más misterios que certezas.

 

 

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